lunes, 28 de mayo de 2012

El Puente de los Perros Suicidas


Una de las historias más bizarras sobre las que trabajé e investigué de manera profesional ha sido sin duda la de un puente en Escocia del cual se lanzaban los perros y morían. Un documental del Canal 5 del Reino Unido lo bautizó como “Suicide Dog Bridge”, o sea, el puente de perros suicidas.
Cuando fue anotado en el pizarrón de los temas a investigar y a preparar para una posible filmación que se transmitiría como parte de un programa de esoterismo en Japón (conducido por un travesti cuya cabellera estaba teñida de rubio y era respetado por su gran nivel intelectual), puse esa expresión de cuando no sé si reírme o tomarme en serio las cosas que me están diciendo.
Tuve que llamar a una congregación religiosa que tenía su sede justo al lado del puente de donde misteriosamente saltaban los perros. Me sorprendió la seriedad con la que me respondió el hombre que había sido designado como vocero y cómo se tomó su tiempo para contestar una serie de preguntas que se me habían asignado por parte del equipo de producción desde Japón, con base en las cuales decidirían si viajar a Escocia o mandarnos a nosotros a filmar ciertas escenas que insertarían en una cápsula sobre episodios misteriosos en el extranjero.
Recuerdo que además de las respuestas del reverendo, enviamos una copia del documental del Canal 5 y una serie de artículos periodísticos que habían sido publicados años atrás, con entrevistas con dueños de perros que se “habían suicidado”.
Con base en toda esa información, los japoneses decidieron viajar a Overtoun Bridge (así se llamaba el famoso puente “mata perros”) acompañados de Natsuko, quien fue designada productora de dicha producción y Bruno, un conductor simpático y risueño (que decía hablar algo de castellano por haber vivido un par de meses en España) de origen sudafricano e israelí.
Para mí, el puente de los perros suicidas se convirtió en una anécdota que utilizaba cuando quería hacer reír a amigos con alguna historia rara y curiosa. A uno en particular le fascinaba que le contara la historia una y otra vez, porque odiaba a los perros que le ladraban mientras corría en los parques.
“Dime exactamente dónde es para que me lleve a todos los perros que me ladran al verme correr”, me decía.
En realidad nunca me tomé en serio ni esa ni otras historias del mismo estilo. Por ejemplo, la de una silla que supuestamente estaba en un pub en el norte de Inglaterra. La leyenda decía que tenía una maldición y si te sentabas en ella, morías en los próximos cinco días.
Hoy está en un museo de un pequeño pueblo y está colgada del techo para que nadie descanse en ella.
Para ese tema, llamé como a 30 pubs para investigar si conocían a algún descendiente de  las personas que supuestamente habían muerto por sentarse en ella.
Lo que me sorprendía siempre al investigar sobre estos temas, era que podías encontrar documentos antiguos sobre estas leyendas. Era una de las cosas típicas de los ingleses. Archivaban todo y tenían hasta muestras de semillas de trigo utilizadas en la primera guerra mundial guardadas en latas de leche en polvo de la época.
Historias como las del puente de los perros suicidas y la silla maldita fascinaban a los japoneses, pues ellos mismos tienen un sinfín de historias de terror y de misterios. (Sólo así se puede explicar que el programa que era conducido por el travesti rubio hubiera durado ya unos cinco años al aire.)
No tengo idea si los perros se siguen suicidando en el Overtoun Bridge o no.
Tan solo me gusta recordar el tipo de historias sobre las que investigaba mientras trabajaba en Londres, cuando de pronto me tomo la vida demasiado en serio.

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sábado, 7 de abril de 2012

Lost in translarion (European version)

Para mí, correr es el momento ideal para pensar en cosas que quedaron pendientes, en cosas que mientras trabajas te parecen intrascendentes o simplemente en nada. Casi siempre prefiero la tercera opción.
Cuando logro no pensar en nada, corro mayores distancias. Cuando la mente está acelerada y se complica desconectar, suelo escoger partidos de fútbol o programas sobre corredores de maratones en ESPN para relajarme y no seguir pensando en la llamada que no me contestaron o en la nota que no pude acabar de redactar porque no me pasaron el documento que me habían prometido mis fuentes.

Aquella vez llegué pasadas las siete de la noche al gimnasio y tanto las escaladoras como las caminadoras frente a los canales deportivos estaban ocupadas. Así que escogí la que estaba vacía, sin pensar en nada más que descargar un poco la tensión que se me había acumulado por un largo día de trabajo.

Al comenzar a caminar para calentar, me di cuenta de que estaba frente a un canal de películas y estaban transmitiendo "Lost in translation" de Sofía Coppola. La primera vez que vi la película, no me gustó nada. Me la pasé traduciéndole a un ex novio con quién la vi, las partes en japonés que no estaban subtituladas.

Después, la volví a ver en algún viaje largo en avión y me pareció una película bastante buena.

Esta era la tercera vez que la vería, y aunque ya estaba empezada y seguramente terminaría de correr antes de que la película llegara a su fin, centré mi atención en la trama, que no escuchaba, porque corría al ritmo de la música de mi iPod vieja.

Al ver algunas escenas en las que Bill Murray filmaba comerciales del whiskey Suntory, no pude evitar recordar mis días en Londres, en los que trabajaba en la producción de documentales y programas de entretenimiento para canales de televisión japoneses.

Mientras corría, algún corredor que tenía sus audífonos puestos me volteaba a ver extrañado ante mis carcajadas. No podía evitar reír ante las situaciones absurdas que mostraba la película y de la cuales yo misma fui víctima en repetidas ocasiones.

En la película hay una escena en la que el director del comercial le pide a Murray que sea "más intenso" en sus expresiones. Murray no entendía a que se refería e intentaba hacer lo que para él eran expresiones "intensas". Para la traductora que también era japonesa, era lógico lo que el director quería decir con "intenso", por lo que tampoco le sabía explicar exactamente qué es lo que se esperaba de él.

Inevitablemente pensé en esos choques culturales que no en pocas ocasiones se presentaron en las filmaciones que me había tocado coordinar.

Recuerdo que por allá del 2008, estábamos en un pequeño poblado como a una hora y media de Amsterdam, grabando un programa para niños sobre un deporte holandés que consiste en saltar con varas largas de madera y pasar de un lado a otro de los canales. Claramente es un deporte que sólo se practica en Holanda y el director había decidido que los conductores del programa - unos comediantes medianamente famosos - intentaran competir en uno de sus campeonatos regionales como parte del show.

Fueron días larguísimo de filmación, sobre todo porque ya era verano y el sol se ocultaba como hasta las 20:30. Comenzábamos a eso de las 5:00 de la mañana y apenas y parábamos a comer algo. Casi a diario, volvíamos al hotel pasadas las 22:00.

El problema surgió cuando el chofer que se encargaba de trasladar a todo el equipo decidió que no quería seguir con jornadas tan largas. Decía que no estaba dispuesto a manejar cansado. Un choque claro de culturas. Para los japoneses era lógico trabajar mientras el sol se los permitiera y no entendían cuál era el problema si le tarifa del conductor era por hora. Si trabajaba 15 horas, se le pagarían las 15. Para el holandés, era casi una violación a sus derechos laborales. Cuando amenazó con irse con la camioneta sin todos nosotros, tuve que acercarme a explicarle al director que en Europa, era importante intentar mantenerse dentro de las 8 horas de trabajo y que el chofer estaba apunto de dejarnos botados en medio de la nada si no nos íbamos ya. Afortunadamente el director entendió la situación y me pidió que le diera una hora más y nos podíamos retirar un par de horas antes de lo previsto.

En su momento, casi lloro de la impotencia de no poder hacer nada contra un holandés que había decidido tomar el control de cuándo empezar y cuándo terminar las filmaciones de los japoneses. Yo estaba en medio de dos culturas: la japonesa y la holandesa, e intentaba conciliarlas sin ser europea y sin haber convivido con los japoneses en los últimos 15 años de mi vida.

Ahora, mientras corría y veía esas escenas de los japoneses sufriendo porque Murray no entendía a qué se referían cuando le decían que fuera más "intenso", no podía dejar de reír. Después me puse a pensar cómo fue que habíamos logrado sacar adelante tantos rodajes con británicos, españoles, franceses, finalndeses, entre otras nacionalidades con culturas muy distintas a los japoneses. (Cada uno tuvo sus pequeños puntos de tensión.)

No hay nada como recordar las dificultades que tuvimos que enfrentar en un momento dado y poder reírnos a la distancia. Por lo menos, en la media hora en la que estuve corriendo, pude ver las cosas en perspectiva y relajarme más que de costumbre ante las pequeñas dificultades que ahora tengo que enfrentar viviendo en México :)


*Equipo de filmación japonés que coordiné en Holanda

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