lunes, 28 de mayo de 2012

El Puente de los Perros Suicidas


Una de las historias más bizarras sobre las que trabajé e investigué de manera profesional ha sido sin duda la de un puente en Escocia del cual se lanzaban los perros y morían. Un documental del Canal 5 del Reino Unido lo bautizó como “Suicide Dog Bridge”, o sea, el puente de perros suicidas.
Cuando fue anotado en el pizarrón de los temas a investigar y a preparar para una posible filmación que se transmitiría como parte de un programa de esoterismo en Japón (conducido por un travesti cuya cabellera estaba teñida de rubio y era respetado por su gran nivel intelectual), puse esa expresión de cuando no sé si reírme o tomarme en serio las cosas que me están diciendo.
Tuve que llamar a una congregación religiosa que tenía su sede justo al lado del puente de donde misteriosamente saltaban los perros. Me sorprendió la seriedad con la que me respondió el hombre que había sido designado como vocero y cómo se tomó su tiempo para contestar una serie de preguntas que se me habían asignado por parte del equipo de producción desde Japón, con base en las cuales decidirían si viajar a Escocia o mandarnos a nosotros a filmar ciertas escenas que insertarían en una cápsula sobre episodios misteriosos en el extranjero.
Recuerdo que además de las respuestas del reverendo, enviamos una copia del documental del Canal 5 y una serie de artículos periodísticos que habían sido publicados años atrás, con entrevistas con dueños de perros que se “habían suicidado”.
Con base en toda esa información, los japoneses decidieron viajar a Overtoun Bridge (así se llamaba el famoso puente “mata perros”) acompañados de Natsuko, quien fue designada productora de dicha producción y Bruno, un conductor simpático y risueño (que decía hablar algo de castellano por haber vivido un par de meses en España) de origen sudafricano e israelí.
Para mí, el puente de los perros suicidas se convirtió en una anécdota que utilizaba cuando quería hacer reír a amigos con alguna historia rara y curiosa. A uno en particular le fascinaba que le contara la historia una y otra vez, porque odiaba a los perros que le ladraban mientras corría en los parques.
“Dime exactamente dónde es para que me lleve a todos los perros que me ladran al verme correr”, me decía.
En realidad nunca me tomé en serio ni esa ni otras historias del mismo estilo. Por ejemplo, la de una silla que supuestamente estaba en un pub en el norte de Inglaterra. La leyenda decía que tenía una maldición y si te sentabas en ella, morías en los próximos cinco días.
Hoy está en un museo de un pequeño pueblo y está colgada del techo para que nadie descanse en ella.
Para ese tema, llamé como a 30 pubs para investigar si conocían a algún descendiente de  las personas que supuestamente habían muerto por sentarse en ella.
Lo que me sorprendía siempre al investigar sobre estos temas, era que podías encontrar documentos antiguos sobre estas leyendas. Era una de las cosas típicas de los ingleses. Archivaban todo y tenían hasta muestras de semillas de trigo utilizadas en la primera guerra mundial guardadas en latas de leche en polvo de la época.
Historias como las del puente de los perros suicidas y la silla maldita fascinaban a los japoneses, pues ellos mismos tienen un sinfín de historias de terror y de misterios. (Sólo así se puede explicar que el programa que era conducido por el travesti rubio hubiera durado ya unos cinco años al aire.)
No tengo idea si los perros se siguen suicidando en el Overtoun Bridge o no.
Tan solo me gusta recordar el tipo de historias sobre las que investigaba mientras trabajaba en Londres, cuando de pronto me tomo la vida demasiado en serio.

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sábado, 7 de abril de 2012

Lost in translarion (European version)

Para mí, correr es el momento ideal para pensar en cosas que quedaron pendientes, en cosas que mientras trabajas te parecen intrascendentes o simplemente en nada. Casi siempre prefiero la tercera opción.
Cuando logro no pensar en nada, corro mayores distancias. Cuando la mente está acelerada y se complica desconectar, suelo escoger partidos de fútbol o programas sobre corredores de maratones en ESPN para relajarme y no seguir pensando en la llamada que no me contestaron o en la nota que no pude acabar de redactar porque no me pasaron el documento que me habían prometido mis fuentes.

Aquella vez llegué pasadas las siete de la noche al gimnasio y tanto las escaladoras como las caminadoras frente a los canales deportivos estaban ocupadas. Así que escogí la que estaba vacía, sin pensar en nada más que descargar un poco la tensión que se me había acumulado por un largo día de trabajo.

Al comenzar a caminar para calentar, me di cuenta de que estaba frente a un canal de películas y estaban transmitiendo "Lost in translation" de Sofía Coppola. La primera vez que vi la película, no me gustó nada. Me la pasé traduciéndole a un ex novio con quién la vi, las partes en japonés que no estaban subtituladas.

Después, la volví a ver en algún viaje largo en avión y me pareció una película bastante buena.

Esta era la tercera vez que la vería, y aunque ya estaba empezada y seguramente terminaría de correr antes de que la película llegara a su fin, centré mi atención en la trama, que no escuchaba, porque corría al ritmo de la música de mi iPod vieja.

Al ver algunas escenas en las que Bill Murray filmaba comerciales del whiskey Suntory, no pude evitar recordar mis días en Londres, en los que trabajaba en la producción de documentales y programas de entretenimiento para canales de televisión japoneses.

Mientras corría, algún corredor que tenía sus audífonos puestos me volteaba a ver extrañado ante mis carcajadas. No podía evitar reír ante las situaciones absurdas que mostraba la película y de la cuales yo misma fui víctima en repetidas ocasiones.

En la película hay una escena en la que el director del comercial le pide a Murray que sea "más intenso" en sus expresiones. Murray no entendía a que se refería e intentaba hacer lo que para él eran expresiones "intensas". Para la traductora que también era japonesa, era lógico lo que el director quería decir con "intenso", por lo que tampoco le sabía explicar exactamente qué es lo que se esperaba de él.

Inevitablemente pensé en esos choques culturales que no en pocas ocasiones se presentaron en las filmaciones que me había tocado coordinar.

Recuerdo que por allá del 2008, estábamos en un pequeño poblado como a una hora y media de Amsterdam, grabando un programa para niños sobre un deporte holandés que consiste en saltar con varas largas de madera y pasar de un lado a otro de los canales. Claramente es un deporte que sólo se practica en Holanda y el director había decidido que los conductores del programa - unos comediantes medianamente famosos - intentaran competir en uno de sus campeonatos regionales como parte del show.

Fueron días larguísimo de filmación, sobre todo porque ya era verano y el sol se ocultaba como hasta las 20:30. Comenzábamos a eso de las 5:00 de la mañana y apenas y parábamos a comer algo. Casi a diario, volvíamos al hotel pasadas las 22:00.

El problema surgió cuando el chofer que se encargaba de trasladar a todo el equipo decidió que no quería seguir con jornadas tan largas. Decía que no estaba dispuesto a manejar cansado. Un choque claro de culturas. Para los japoneses era lógico trabajar mientras el sol se los permitiera y no entendían cuál era el problema si le tarifa del conductor era por hora. Si trabajaba 15 horas, se le pagarían las 15. Para el holandés, era casi una violación a sus derechos laborales. Cuando amenazó con irse con la camioneta sin todos nosotros, tuve que acercarme a explicarle al director que en Europa, era importante intentar mantenerse dentro de las 8 horas de trabajo y que el chofer estaba apunto de dejarnos botados en medio de la nada si no nos íbamos ya. Afortunadamente el director entendió la situación y me pidió que le diera una hora más y nos podíamos retirar un par de horas antes de lo previsto.

En su momento, casi lloro de la impotencia de no poder hacer nada contra un holandés que había decidido tomar el control de cuándo empezar y cuándo terminar las filmaciones de los japoneses. Yo estaba en medio de dos culturas: la japonesa y la holandesa, e intentaba conciliarlas sin ser europea y sin haber convivido con los japoneses en los últimos 15 años de mi vida.

Ahora, mientras corría y veía esas escenas de los japoneses sufriendo porque Murray no entendía a qué se referían cuando le decían que fuera más "intenso", no podía dejar de reír. Después me puse a pensar cómo fue que habíamos logrado sacar adelante tantos rodajes con británicos, españoles, franceses, finalndeses, entre otras nacionalidades con culturas muy distintas a los japoneses. (Cada uno tuvo sus pequeños puntos de tensión.)

No hay nada como recordar las dificultades que tuvimos que enfrentar en un momento dado y poder reírnos a la distancia. Por lo menos, en la media hora en la que estuve corriendo, pude ver las cosas en perspectiva y relajarme más que de costumbre ante las pequeñas dificultades que ahora tengo que enfrentar viviendo en México :)


*Equipo de filmación japonés que coordiné en Holanda

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jueves, 23 de junio de 2011

A unos días del año

Para el miércoles 23 de junio, mi habitación al norte de Londres lucía vacía. Únicamente había conservado un cobertor para verano y las tres almohadas sin fundas. La mayoría de los cajones ya no tenían nada dentro y la poca ropa que conservé, estaba doblada y acomodada en alguna de las dos maletas. Fue, por primera vez en cuatro años, un verano cálido y sofocante.

Podía dormir con las ventanas abiertas y sólo cuando los vecinos regresaban muy tomados y cantaban a todo volumen o comenzaban a patear latas de cerveza o a romper botellas de vidrio, decidía cerrar la ventana para poder dormir las pocas horas sin luz, pues a las cuatro de la mañana, el sol me obligaba a abrir los ojos y salir de la cama empapada en sudor.

La decisión de dejar Londres la había tomado desde inicios de marzo. No veía futuro en el trabajo en el que había estado por tres años y ninguna solicitud de empleo había sido respondida. Aún así entregué mi renuncia el 15 de marzo. Le di dos meses más a la vida y a mi suerte y ante la falta de respuesta, en mayo compré el boleto de vuelta a la Ciudad de México con fecha de llegada para el 25 de junio.

No fue sino unos días antes de mi partida, cuando fui con Zoi - mi compañera de piso - a Hampstead Heath a tomar el sol y a charlar, que me di cuenta de lo que estaba dejando atrás. Amigos, espacios, sensaciones, lugares, recuerdos. Aún así, no había marcha atrás. Había aceptado una oferta de trabajo en México que sonaba mucho más prometedora que mi labor de productora en una empresa de ocho personas sin ninguna posibilidad de trascender de alguna manera.

Los primeros nueve meses en el DF, me sentí fuera de lugar todos los días. Despertaba y veía colgado en mi pared un póster con la foto del Parlamento británico y suspiraba o se me corrían las lágrimas. Sentía que la Hanako que había construido a punta de vivencias y experiencias en Londres estaba en riesgo de desaparecer por vivir en una ciudad a la que no acababa de entender y por los códigos de convivencia que había dejado guardados en un cajón cuya llave no lograba encontrar.

Extrañaba - y aún extraño, para ser sincera - los parques londinenses a los que me iba los fines de semana o incluso entre semana cuando salía temprano de trabajar. Recuerdo que me acostaba en el césped y me ponía a ver el cielo de verano y eso era suficiente para recargarme de buenas energías y ganas de seguir luchando por mantener una vida por la que había trabajado durante los últimos años. En invierno, me refugiaba en casa de los amigos o compraba boletos baratos de avión y me escapaba a Portugal, España o Turquía, sola o con compañía.

Tomaba mucho te negro sin que eso me causara dolores de estómago y disfrutaba ver a mis compañeras cocinar pasteles de ciruelas o plátano. Los domingos, casi siempre bajaba a la tienda de abarrotes atendida por un señor pakistaní que siempre me preguntaba mi nombre, a comprar The Observer y dedicaba mis tardes únicamente a leer periódicos o libros en inglés o español. Me iba caminando a cualquier sitio que estuviera a menos de media hora. Era capaz de percibir detalles minúsculos en la vida diaria que aún me sorprenden al leerlos en mis notas.

Los primeros nueve meses en el DF, me la pasé prácticamente recluida en mi misma, con pocos amigos a los que les confiaba lo que realmente sentía. Pocos comprendían por lo que pasaba, y por ello, fueron cada vez menos a los que me acercaba en mis momentos de nostalgia. Prefería, entonces, leer mis notas, o escuchar música que me transportara aunque fuera unos minutos a los recuerdos que cada vez son menos palpables.

Pero como dice el dicho popular que a mi madre le encanta repetir: "el tiempo lo cura todo". Aún me siento un poco perdida en esta caótica ciudad y todavía hay días en los que me gusta estar sola y decir no a todas las invitaciones pese a que en realidad no tengo nada que hacer más que estar conmigo. Poco a poco me he logrado sentir más reconciliada con los rincones que había dejado de frecuentar por mi prolongada ausencia.

Definitivamente, la Hanako de Londres aquí no existe ni puede existir. Existe una diferente, con otras vivencias y otras necesidades.

Los días pasan y cada vez pienso menos en la capital británica con todos sus olores, ruidos, colores y climas lluviosos. Pero aún mantengo la esperanza de algún día regresar para redescubrir a esa Hana que no ha podido salir en un año.

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jueves, 28 de abril de 2011

Londres: cada vez más impagable

Photo by: Kaddy64

(CNNMéxico) — Mientras la familia real británica -y el resto del mundo-, cuentan los días para la boda de Kate Middleton y el príncipe Guillermo, y los medios internacionales especulan sobre el vestido de la futura princesa, millones de británicos se preparan para enfrentar las consecuencias de uno de los recortes presupuestales de mayor impacto desde la Segunda Guerra Mundial.

El pasado 23 de marzo, el ministro de Finanzas, George Osborne, informó ante el Parlamento que en el presupuesto 2011-2015 se realizarían recortes por un monto equivalente a 81,000 millones de libras (128,000 de dólares). A la par, se anunció el aumento de impuestos como el Impuesto al Valor Agregado (IVA), que pasará de 17.5% al 20%, así como el Impuesto Sobre la Renta (que aumentará 5%) y las contribuciones a la seguridad social (2% más).

Osborne detalló que el presupuesto destinado al bienestar social sufriría un recorte de 18,000 millones de libras esterlinas (29,000 millones de dólares) para disminuir la deuda pública que este año alcanzaría 122,000 millones de libras.

Tres días después del anuncio, cerca de 400,000 personas salieron a las calles del centro de la capital a protestar por las medidas, en una de las marchas más nutridas desde el 2003, cuando se manifestaron contra la adhesión del Reino Unido a la invasión de Iraq.

Los recortes anunciados son parte de una serie de políticas económicas con miras a disminuir la deuda pública que actualmente representa el 60% de la producción nacional. 

Si bien la deuda no alcanza los niveles posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando rebasó 200% del PIB, los recortes anunciados son equivalentes a los que se tuvieron que realizar en aquella época.

Dados los niveles de deuda pública, el Fondo Monetario Internacional anunció a mediados de abril que vigilaría de cerca las financias públicas británicas para ver si las soluciones propuestas por Osborne son las adecuadas para superar la crisis.

Las viviendas de Londres, incosteables

Estimaciones de consultoras internacionales y de expertos en política fiscal señalan que las familias que viven en la capital serán de las más afectadas en todo el país por estas medidas.

Esto podría traer como consecuencia el fin de la mezcla de ricos y pobres, una de las características de los barrios londinenses.

El alcalde londineses, Boris Johnson, ha calificado a las medidas gubernamentales como una "limpieza social estilo Kosovo".

82,000 familias podrían verse obligadas a salir de sus hogares en Londres, pues sus rentas se volverán impagables, según 
London Councils, una agrupación de autoridades locales de la capital británica.

Para el 2011 también se espera que la construcción de viviendas de interés social en esta ciudad disminuya hasta en un 52%, al pasar de 10,356 a 4,990. Esto no sólo reducirá el número de casas nuevas, sino también implicará la pérdida de aproximadamente 200,000 empleos, según estimaciones del diario británico The Guardian.

“Esta reducción profundizará la crisis, provocando que más personas se queden sin casa y los obligarán a dejar la capital”, explicó London Councils en un comunicado emitido a finales del año pasado.

El Reino Unido no ha logrado solventar plenamente la crisis financiera y económica a la que entró en el 2007. Si bien el empleo ha comenzado a recuperarse, la Oficina Nacional de Estadísticas reportó que en el periodo de febrero-marzo del 2011 se registró un leve aumento en el número de personas que solicitaron la pensión de desempleo. Actualmente hay 1.45 millones de británicos que viven de dichas pensiones.

La tasa de desempleo que en el 2007 era de alrededor de 4.7%, empezó a aumentar dramáticamente a mediados del 2008 hasta alcanzar el 8% a mediados del año pasado. En febrero del 2011, 7.8% de la población económicamente activa continuaba sin trabajo.

Hasta marzo del 2011, los británicos con ingresos anuales menores a las 16,000 libras (poco más de 26,000 dólares) tenían derecho a solicitar apoyo gubernamental para la renta de una casa o un departamento. El monto de la ayuda se calculaba caso por caso.

A partir de abril, los pagos se redujeron a 250 libras (más de 410 dólares) semanales para un apartamento de una habitación y 400 libras (casi 660 dólares) para una casa de cuatro habitaciones.

Para una familia de dos adultos y dos niños, que decida alquilar unflat (departamento) de por lo menos dos habitaciones, su lugar de residencia difícilmente podría estar en las zonas 1 y 2, que son las más cercanas al centro de Londres y que a la vez tiene las rentas más elevadas de toda la ciudad.

Dependiendo de qué tan cerca se esté del centro, las rentas van desde unas 250 libras a la semana, hasta unas 900 (casi 1,500 dólares) semanales en un departamento de dos habitaciones.

Por ello, London Councils estima que unas 200,000 personas se verían obligadas a abandonar lo barrios más céntricos para vivir a las orillas de la ciudad e incluso en los suburbios.

Hasta ahora, Londres tiene viviendas de interés social en toda la ciudad, incluso en las zonas que son consideradas como exclusivas.

En los céntricos y lujosos barrios como South Kensigton, Camden Town y Nottinghill, se pueden ver al lado de grandes casas, edificios con vecindades que albergan a personas de menores ingresos.

Los pobres, los más afectados

El Instituto de Estudios Fiscales (IFS por sus siglas en inglés), uno de losthink tanks económicos más importantes del Reino Unido, estima que la población más pobre de Londres, que ha dependido de los subsidios gubernamentales para poder vivir en una de las capitales más caras del mundo, será la más afectada por los recortes presupuestales.

En un documento titulado: El impacto de los impuestos y los cambios en los beneficios anunciados en el presupuesto 2011 y antes, en las familias de Londres, el economista James Browne concluye que si bien las familias más adineradas son las que nominalmente pagarán más impuestos, los pobres son los que mayores limitaciones sufrirán.

Las madres y padres solteros y las parejas con hijos dispondrán de menos dinero, por el aumento en los impuestos y la disminución en los beneficios que el gobierno otorgaba dependiendo del número de hijos.

“Alrededor de medio millón de familias perderán un promedio de 436 libras (alrededor de 720 dólares) al año en apoyos por el cuidado de niños que se recortarán a partir de abril”, detalló la Fundación Resolución, un think tank británico independiente, en un estudio elaborado a finales del 2010 con base en los adelantos del presupuesto que dio a conocer Osborne en ese entonces.

“En Londres, donde las ayudas para el cuidado de niños eran más elevadas, unas 50,000 familias perderán un promedio 600 libras (casi 1,000 dólares)”.

Este tipo de medidas podría convertir a Londres en una ciudad habitada por personas adineradas que serán las pocas que puedan costear las rentas elevadas y un modo de vida poco accesible para muchos.

Nota: Este texto fue publicado en mexico.cnn.com 

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viernes, 25 de marzo de 2011

La crisis financiera en el Reino Unido

La coyuntura diaria en México me deja, casi siempre, sin tiempo de leer y enterarme como quisiera del acontecer británico.

En días pasados, el gobierno conservador de David Cameron - en alianza con los liberales demócratas de Clegg - anunció recortes presupuestarios no vistos en más de cinco décadas.

Este video ilustra bien cómo están las cosas por allá.

http://www.guardian.co.uk/society/video/2011/mar/24/cuts-both-ways-alternatives

Este gráfico explica a detalle, cuáles son las consecuencias de los recortes (como siempre, los más pobres serán los más afectados...)

http://www.guardian.co.uk/uk/interactive/2011/mar/24/budget-2011-how-it-affects-you

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jueves, 26 de agosto de 2010

Promesas incumplidas...

He estado tentada a cerrar este blog, cambiarle el nombre, borrar todas las entradas e iniciar de nuevo.

El cambio de ciudad y el regreso al país en el que nací, me han hecho pensar que debería de clausurar un espacio que me ayudó a publicar las reflexiones que pasaban por mi mente mientras vivía en Londres.

Aunque me prometí contar las historias que me tocó atestiguar durante mi estancia en tierras británicas, lo cierto es que no alcancé a redactarlas en su totalidad. Aún tengo un puñado de cosas que contar. Están apuntadas en mis libretas y en mis cuadernos de viaje en espera de ser publicadas en este espacio con audiencias reducidas.

Anoto esta explicación por si alguien pasa por este blog y se pregunta por qué se sigue llamando igual y sigue sólo contando historias relacionadas con el Reino Unido.

Buscaré cumplir con las promesas que me hice de contar historias como extranjera y observadora de una cultura que no es la mía.

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sábado, 7 de agosto de 2010

El largo y difícil camino de vuelta a casa





Los últimos tres meses de mi estancia en Londres, visité una vez por semana uno de los Centros de Detención de Inmigrantes. Mis visitas las llevé a cabo como parte de un voluntariado que realicé con una organización civil que le da apoyo emocional a los inmigrantes que están detenidos en una especie de cárceles. He aquí una pequeña crónica de mis visitas a alguien que conocí bajo el nombre de Ahmet.

El largo y difícil camino de vuelta a casa

Por Hanako Taniguchi Ponciano

Entrar ilegalmente a un país tiene sus complicaciones. Pero salir de él, aún con una orden de deportación, tampoco es tan fácil como parece. El caso de Ahmet es un ejemplo claro.

Ahmet, el persa albino

Por primera vez en mucho tiempo, Ahmet quiere volver a casa. Pero su nacionalidad se lo impide. Desde hace más de tres meses tiene en su mano una orden de deportación que en teoría lo obligaría salir inmediatamente del Reino Unido. Sin embargo, sigue encerrado en el Centro de Detención de Inmigrantes de Colnbrook, ubicado al oeste de Londres. Los roces diplomáticos entre Irán y el Reino Unido han imposibilitado su regreso. 

Ahmet es un iraní de 31 años y a diferencia de la mayoría de los persas, es rubio, de piel blanca – casi transparente – con ojos claros. Es albino. 

Hablamos por primera vez una noche de marzo en uno de los 10 Centros de Detención de Inmigrantes con los que cuenta el Reino Unido. Con su inglés marcado con un fuerte acento persa, me contó que lleva ya casi 12 años fuera de Irán y que no tenía intenciones de volver pronto. Todo cambió cuando fue sorprendido con un pasaporte falso intentando viajar de Londres a Canadá. Tuvo mala suerte. Un oficial de migración en el aeropuerto de Heathrow notó algo raro en el documento que había usado sin problema hasta ese día.

Después de una media hora de haber iniciado nuestra charla, me confesó que Ahmet no era su nombre real. Es el nombre que decidió ponerse cuando mandó a hacerse su primer pasaporte falso. Con él entró a Alemania y a Holanda, lugares en los que vivió cinco años respectivamente. Con ese mismo documento llegó en el 2007 al Reino Unido. Prefirió no decirme cuál era su nombre real. Si nos volvíamos a ver después, y le generaba suficiente confianza, tal vez lo haría. Antes no.

Tras ser sorprendido, estuvo preso tres meses y tres semanas en la prisión de Portsmouth, una pequeña ciudad porteña al sur de Inglaterra. Después de cumplir su condena, lo trasladaron al Centro de Detención de Inmigrantes de Colnbrook, que queda a unos 5 minutos en autobús de Heathrow e, irónicamente, junto a un hotel de lujo con vista a los aviones que despegan del aeropuerto más concurrido del mundo. La abogada que le asignó el gobierno británico le había asegurado que en máximo un mes lo deportarían a Irán. Ya se había hecho a la idea de que después de 12 años de haber salido de Teherán, volvería a ver a sus padres y a sus dos hermanos. 

Su viaje estaba programado para finales de marzo. La fecha era perfecta para llegar a celebrar el año nuevo persa. Su boleto a Teherán era sólo de ida. Las autoridades estaban tramitando que a su llegada pudiera recibir algo de dinero. Así es como lo indica la Organización Internacional para la Migración (OIM), de la cuál es parte el Reino Unido. En teoría, Irán también es parte de esta organización. Sin embargo, hace poco la oficina de la OIM decidió cerrar su sede en Irán por presiones políticas. Y ahora, los iraníes que desean volver a su país de origen protegiéndose en las leyes internacionales están imposibilitados para hacerlo. El gobierno británico no quiere asumir las responsabilidades de ser acusado de enviar a iranís de vuelta a su país sin cumplir con las reglas internacionales. Así que hasta que encuentre la forma de hacerlo, Ahmet no puede volver a casa.

Los centros detención de inmigrantes

El propósito de los Centros de Detención o Traslado de Inmigrantes es el de albergar a los extranjeros que pronto serán deportados. Los motivos de deportación van desde haberse quedado más de lo que permite una visa, haber entrado ilegalmente al país, haber cometido un crimen siendo extranjero o que la solicitud de asilo político haya sido rechazada. 

Estar en un Centro de Detención o Traslado de Inmigrantes es intimidante. Por los niveles de seguridad que se manejan, es como si se estuviera entrando a una cárcel de máxima seguridad donde asesinos múltiples y violadores están encerrados. En realidad, la mayoría de los detenidos no han cometido mayor delito que intentar burlar a las autoridades migratorias. 

La rutina de revisión siempre es la misma. Una oficial que porta un gafete con un nombre en polaco imposible de pronunciar me pide que le muestre mi pasaporte y un comprobante de domicilio. Después de haber ingresado mis datos personales al sistema, me pide que me pare frente a una pequeña cámara que está colocada junto a la pared. Acto seguido, me dice que coloque mis dedos índice y medio de ambas manos. Mientras, imprime mi gafete y me recuerda que lo debo de portar en todo momento. De lo contrario, me obligarán a abandonar las instalaciones de inmediato. Se sabe de memoria las líneas que tiene que repetir cada vez que llegan visitantes.

Al salir del centro de registro de visitantes, camino unos 3 metros para ingresar al edificio principal. Al cruzar la entrada, aparece una puerta gruesa de metal con una pequeña ventana de cristal. Para que el oficial en turno pueda abrirla, debo de poner mi dedo índice en un detector con una luz roja, como un lector de código de barras, pero en éste caso, de huellas digitales. Sólo después de que el sistema ha identificado la huella digital que registré hace algunos minutos, abre la pesada puerta con un ruido estruendoso. Espero a que se cierre la primera puerta para que se abra otra puerta igual de pesada y escandalosa. 

Después, sigue la revisión personalizada. Se debe aguardar a que un agente de seguridad aparezca para hacer la revisión. Hay unos pequeños sillones azules donde me siento a esperar. En la pared de enfrente está pegada una hoja con una lista de objetos que no se pueden introducir –pasadores, pinzas para cabello y gorros – y una advertencia: los oficiales tienen el derecho de revisar hasta por debajo de la lengua, literalmente. 

Como soy mujer, debo de esperar a que una agente se desocupe. Unos minutos después, aparece una mujer rubia de unos 40 años, vestida con un pantalón negro y una chaqueta azul obscuro. Primero me pide que extienda mis brazos hacia los lados, a la altura de mis hombros. 

Pasa sus manos por todo el cuerpo, debajo de las axilas y entre las piernas. Me dice que debo de levantar un poco mi blusa para que pueda pasar sus manos por los bordes del pantalón a la altura de la cintura. Después me pide que me quite los zapatos, revisa el interior de los zapatos y me pide que le muestre la planta de mis pies. Dependiendo del humor de la mujer que me revisa, a veces debo abrir la boca y pegar la lengua a mi paladar. A veces no. Después, espero a que otro oficial me lleve a la sala de visitas. 

Aparece un hombre alto, de origen africano y de cabello rizados con un juego de llaves que cuelgan de su cinturón. Lo sigo y después de subir unas escaleras, llegamos a la sala en la que los detenidos reciben a sus visitantes. Antes de pasar a la sala, me piden de nuevo poner mi dedo índice en el lector rojo. Suena un timbre al otro lado del mostrador. El agente de seguridad en turno saca sus llaves y me abre la puerta. Por fin me puedo sentar a charlar con Ahmet.

Una larga espera

A lo largo de las visitas que he hecho a Ahmet, me ha ido confesando detalles sobre su vida antes de que llegara al Reino Unido. Una vez me contó que es apasionado del boxeo y que de pequeño soñaba ser boxeador profesional, “como Oscar de la Hoya” y se emociona al saber que soy mitad mexicana. 

Otras veces me cuenta que no salió de Irán por cuestiones económicas. Su familia, de hecho, no necesita de ingresos extras. Su padre se dedica a la inspección de las plataformas petroleras al norte de Irán y su hermana y su esposo tienen dos tiendas de muebles que les han permitido mantenerse bien, aunque con pocos lujos. Dice que él salió de Irán porque no encajaba.

“Soy blanquísimo y me sentía fuera de lugar, así que a los 18 años salí de Irán y me dije que no volvería jamás”.

Sin embargo, admite que cuando le dijeron que lo regresarían a Irán, de pronto le nacieron ganas de volver a ver a su familia y de estar en su país de origen.

Algunas veces se nota más desesperado que otras por el encierro. Confiesa que se siente asfixiado. Las habitaciones tienen ventanas que no se abren y los espacios comunes como los comedores o el gimnasio tienen ventilación artificial.

Su estancia aquí no ha sido fácil. Como él, la mayoría de los internos desconocen cuándo es que van a salir de su encierro que parece durar, casi siempre, más de lo esperado. Aún cuando el gobierno británico asegura que los Centros de Detención de Inmigrantes no son cárceles, sino estancias temporales con facilidades culturales y deportivas, Ahmet recuerda que había menos seguridad en la prisión de Portsmouth y que allá los carceleros eran más amables.

La ansiedad y la incertidumbre han empujado a algunos a tomar medidas desesperadas. En una de mis visitas me cuenta que un día, encontraron a un muchacho marroquí de 19 años tirado en el piso y echando espuma por la boca. Se rumoraba que al borde de la desesperación decidió mezclar crema para cuerpo, crema para afeitar, shampoo y acondicionador e ingirió la mezcla. Llevaba días sin comer, así que el efecto fue peor. Lo tuvieron que llevar de emergencia al hospital. Ya ahí, confesó que se la pasaba deprimido y que tenía pensamientos suicidas. Fue deportado dos días después.

Ahmet no me niega que a él también se le ha pasado por la cabeza hacerse daño físico para ver si así aceleran su proceso. Pero siempre que lo vuelvo a ver, me dice que desistió de hacer algo radical. Algo lo hace permanecer paciente. Me confiesa que le emociona la posibilidad de ver a su madre y a su padre y conocer en persona a su sobrina. 

Al principio contaba los días que había estado encerrado pensando que serían pocos. Cuando se dio cuenta que llevaba ya más de 100, dejó de hacerlo. Prefiere no hacerse demasiadas ilusiones. Desde hace unas semanas, nos despedimos con un abrazo emotivo, pues dice, podría ser la última vez que nos veamos. Sin embargo, cada semana toma las llamadas con ese mismo acento persa y una voz que suena cada vez más cansada.

Con el tiempo me he ganado su confianza y ya conozco su nombre real. No puedo negar que me da gusto verlo, pero secretamente deseo que no me vuelva a contestar el teléfono y que me digan que se fue en el último vuelo a Irán.

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