Hasta el pasado 15 de abril, Nick Clegg era un político más bien desconocido. Aunque desde diciembre del 2007 es líder del Partido Liberal Demócrata, sus declaraciones nunca se llevaban la nota de ocho columnas. Era casi imposible encontrar una foto de él en la primera plana de un diario de circulación nacional. Todo cambió a partir de las 20:30 horas del 15 de abril. Desde ese momento, Nick Clegg se convirtió en un político que muchos comenzaron a asociar con la posibilidad de cambiar las viejas prácticas políticas en el Reino Unido. Algunos incluso lo llegaron a apodar “el Obama británico”.
En realidad, ni él ni sus copartidarios se imaginaban que las cosas darían un giro tan espectacular. Dentro y fuera del Partido Liberal Demócrata, Vince Cable - el antecesor de Clegg- era mucho más popular y respetado que el líder actual. Cuando Clegg defendía la posición de los liberales demócratas en el Parlamento, los conservadores y los laboristas sonreían con una mezcla de burla y lástima; los enlaces en vivo de la BBC o Sky News volteaban la cámara a sus presentadores para que comentaran las propuestas de los dos grandes partidos.
Ese jueves por la noche, cuando bajó del escenario instalado al interior de los estudios televisivos de ITV en Manchester, estrechó la mano de David Cameron, líder de los conservadores, y la de Gordon Brown, líder de los laboristas y actual Primer Ministro. Clegg recuerda lo nervioso que seguía cuando comenzó a saludar los espectadores sentados en la primera fila. La llamada de Miriam, su esposa de origen español – y que no había podido volver al Reino Unido por las cenizas del volcán que había hecho erupción en Islandia - fue lo que le hizo caer en la cuenta de que había salido de las sombras.
“Estuviste espectacular”, le dijo. Los resultados de las encuestas confirmaron las palabras de Miriam.
Sondeos realizados por firmas como Ipsos Mori, ICM, ComRes y los principales medios de comunicación británicos, lo colocaron como el ganador del primer debate político televisado en la historia del Reino Unido.
Al día siguiente, las cosas habían cambiado completamente. Las solicitudes de acreditación de periodistas que deseaban viajar en el autobús de campaña amarillo incrementaron significativamente y el teléfono de su coordinador de campaña no dejaba de sonar. De pronto los autos que pasaban justo al autobús tocaban el claxon en señal de apoyo. Clegg había pasado, literalmente de la noche a la mañana, de ser un desconocido a ser casi un héroe nacional.
No sólo los diarios comenzaron a publicar en primera plana sus declaraciones y fotos estrechando la mano de la gente frente a supermercados, sino que los periódicos de corte derechista comenzaron a atacarlo sin compasión.
Diarios como el Daily Telegraph, Daily Mail y The Sun, que declararon abiertamente su apoyo a líder de los tories, buscaron por todos lados y descubrieron que había trabajado en Bruselas para una empresa de cabildeo político que representa intereses de firmas con “una mala imagen pública”. Además descubrieron que Clegg había eliminado deliberadamente su paso por ésta empresa de su curriculum publicado en el portal del Partido Liberal Demócrata.
También encontraron que donaciones para su partido fueron transferidas a su cuenta personal. Pero no pudieron con la “Cleggmanía”. Así que acudieron a golpes más bajos y desesperados como acusarlo de nazi y calificarlo como “poco británico”, por ser hijo de una holandesa y un británico de origen ruso.
Los ataques no lo debilitaron ni un poco. Al contrario, lo fortalecieron ante la parte del electorado británico que dice estar cansada de los políticos. Clegg y su partido se posicionaron como un grupo de gente distinta, que no se vio involucrada en el escándalo de los gastos parlamentarios del año pasado (aunque algunos liberales demócratas también arreglaron sus jardines con cargo al erario público).
Haber sido desconocidos por tanto tiempo, haber sido el tercer partido que nadie tomaba muy en serio, se había vuelto algo afortunado y positivo. Y lograron cambiar el curso de las campañas para siempre.
Un político muy europeo
Aunque haya sido comparado con Barak Obama, Nick Clegg dista de ser tan carismático como el actual Presidente de Estados Unidos. Como aseguraban varios columnistas, Clegg es de esos británicos “normales” con los que uno se pude cruzar por la calle sin prestarle mucha atención.
La comparación no viene por que la personalidad de Clegg y Obama sean similares, sino porque los dos fueron el factor sorpresa en una contienda cuyos resultados parecían estar previamente determinados. En el caso de Obama, el momento clave se dio en enero del 2008, cuando ganó inesperadamente el caucus de Iowa. En el caso de Clegg, fue el 15 de abril del 2010, cuando desbancó a David Cameron como el ganador del primer debate.
Hijo de madre holandesa y padre mitad británico, mitad ruso, el líder de los liberales demócratas podría bien ser uno de los políticos más pro europeos del Reino Unido. Tras haber estudiado Antropología Social en la Universidad de Cambridge, estudió Filosofía Política en la Universidad de Minnesota y después un máster en Asuntos Europeos en el Colegio Europeo de Bélgica.
Fue periodista financiero en Nueva York, en Londres y en Budapest y trabajó cinco años en la oficina del entonces vicepresidente de la Comisión Europea, Leon Brittan. Habla cinco idiomas con fluidez: inglés, español, holandés, francés y alemán.
Algunos críticos de Clegg señalan que al ser tan pro europeo, podría comenzar a impulsar políticas que históricamente han sido un tabú en el Reino Unido. Entre ellas, la adopción del euro como la moneda británica.
Pero el aproximadamente 30% de los electores que han mostrado su apoyo al líder de los liberales demócratas no parecen estar tan preocupados ni por el origen de Clegg ni por sus políticas pro europeístas. Mientras cumpla con acabar con el duopolio laborista – conservador, seguirán dándole su apoyo. Y así lo muestran las más recientes encuestas.
Aún cuando el ganador del tercer y último debate televisivo fue David Cameron, el porcentaje de apoyo a Clegg quedó casi intacto.
Hoy, a tres días de que se lleven a cabo los comicios, los resultados son más inciertos que nunca. Los liberales demócratas se lograron posicionar tan bien en el imaginario de los votantes que los laboristas ahora ocupan el tercer lugar en las preferencias y los conservadores se disputan el primer puesto con el partido al que nunca tomaron en serio.
Sólo resta ver si la “Cleggmanía” se traducirá en votos el próximo 6 de mayo.
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