Había visto su rostro en la contraportada de los libros cuando quería descansar mi vista de las diminutas letras sobre el papel. A veces, tomaba un descanso para pensar sobre la vida del Orhan adolescente que transcurría entre las calles traseras del barrio de Nişantaş. Algunas otras, decidía reflexionar con calma sobre los sucesos de la lejana ciudad de Kars que me imaginaba pequeñísima, sucia, llena de nieve y paupérrima. Por mis pocas referencias de Turquía -que únicamente incluyen algunos paisajes estambulíes- a Kars también la imaginaba con una mezcla entre oriente y occidente que seguramente es falsa.
Mi interés en Orhan Pamuk había nacido una tarde de junio en la librería del Fondo Económico de Cultura que fue construida en lo que en mi niñez era el cine Bella Época. Me encontré con una ex-colega del periódico Reforma y una amiga de ella buscaba desesperadamente el libro de Estambul: ciudad y memorias.
Cuando decidí viajar a Estambul, en lugar de Barcelona o la Ciudad de México en invierno del 2009, me pareció que sería buena idea cargar con el libro que la chica no había encontrado en ninguna librería de México y que yo encontré olvidado en un rincón de una librería del aeropuerto de Barajas en Madrid.
Una semana después de haber vuelto de Estambul, me fue enviado un correo electrónico automatizado por parte del South Bank Centre con la lista de sus actividades de enero. Una de ellas era la presentación del nuevo libro de Orhan Pamuk: El Museo de la Inocencia. Decidí adquirir el boleto inmediatamente. Nunca antes había tenido la oportunidad de conocer a un escritor de carne y hueso y los libros de Pamuk me habían fascinado como no me sucedía desde que leí por primera vez a Juan Marsé.
Ese lunes de enero nevaba en Londres. Si bien la nieve se alcanzó a derretir tras un par de horas de haber caído a las aceras grises y sucias, éste fenómeno poco común en esta ciudad logró causar retrasos significativos en el transporte público. Temí no llegar a tiempo, pero cuando entré y me senté en el asiento 8 de la fila MM, la Queen Ellizabeth Hall aún estaba casi vacía.
Conforme pasó el tiempo, las butacas comenzaron a ocuparse y unos 5 minutos después de las 19:30 salió Pamuk acompañado de Hermione Lee, una biógrafa británica. Los primeros 15 minutos, Pamuk, leyó 3 páginas de su nuevo libro en un inglés con un marcado acento turco y con un ritmo pausado pero fluído. Su voz que se entrecortó varias veces me hizo pensar en los nervios que estaría sintiendo el escritor estambulí que leía en inglés ante un público mayoritariamente británico y que usualmente pasaba sus días encerrado y sentado frente a un escritorio. Me pareció un poco más viejo que en la foto que había visto de él en mis libros y su caminar lento y un poco torpe, comenzaba a mostrar los estragos de la edad.
Después de su lectura vinieron las preguntas de Lee - que insistía en preguntar sobre los apasionados y obsesivos personajes de la novela - y finalmente las preguntas del público. Me quedé con ganas de pedirle algún consejo para poder vivir única y exclusivamente de la escritura, tal como él lo había logrado. Si bien es un hombre con un talento notable, el talento casi nunca es suficiente para poder vivir de escribir novelas y ensayos.
Entre preguntas y respuestas, Pamuk nos regaló la historia de la foto de la portada de su nuevo libro y su manera de contarla nos mostró a un hombre sencillo, despreocupado e incluso tierno.
Encontró la foto de la porta de El Museo de la Inocencia en una especie de ebay turco y decidió cambiar el fondo de la foto, que originalmente fue tomada cerca de un bosque de Anatolia, por un paisaje en Estambul, incluyendo el Bósforo y algunas mezquitas. Caracterizó a los personajes para que fueran estereotípicamente de la década de los 70 -le agregó tirantes a uno de los hombres- y cuando la portada se fue a la imprenta, deseó en secreto que ninguno de los personajes de la foto siguieran vivos para evitar cualquier clase de problema legal.
Contrario a sus deseos, una de las mujeres de la foto seguía viva. Uno de sus colaboradores la localizó y le contó la historia de la portada. Ella a sus casi 90 años, se sintió alegre de haber alcanzado la fama a ésas alturas de la vida y se tomó una foto con el libro de Pamuk.
No me quedé con las ganas de estrecharle la mano, pedirle que me autografiara mis dos libros: Estambul: Ciudad y Memorias (en español) y Snow (en inglés).
Pese a que la fila para los autógrafos era larguísima y a que se notaba agotado, Pamuk no dudó en estrecharme fuerte la mano, regalarme una sonrisa sincera y hacer un gesto infantil de sacarme la lengua de manera juguetona tras haber firmado los dos libros.
Hace unos días que comencé a viajar con El Museo de la Inocencia en mi bolsa de mano. Cada vez que abro el libro, no puedo evitar recordar a Pamuk y la historia de la señora que se hizo famosa a los 80 y tantos años.
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